Oficina...

Las persianas azules se mueven al compas del aire que apenas empuja la cálidad tarde. El hombre sentado en su escritorio de su mente donde todos los papeles alborotados son sus pensamientos. Les observa, les desecha, recupera del cesto de basura los que creía haber desaparecido, los reacomoda; entre ellos hay documentos de identidad, como si el ser humano tuviese que identificarse para comprobar la estulticia de los momentos; algunos papeles se les recicla, se les utliza por la cara posterior, así, tal cual ser humano entre el desecho y la perjuria va acrecentando sus máscaras cotidianas.

Sigue sentado escribiendo en la vieja Remington, las persianas siguen bailando ahora al son del ventilador y entre sí, logra asomarse la soledad que se va desprendiendo de las hojas revueltas en el escritorio, lo que quisiera él sería incendiar cada uno de esos papeles, pero no puede, sin ellos no hay absolutamente nada que pudiese demostrar que esta vivo.

Dentro de esos documentos, hay ilustraciones, viejos grabados de monstruos ascediados por la infinita ambición humana que ha logrado robarle todo lo que a él ha pertenecido, dentro de esos archivos hay sentimientos arrugados, un expediente del amor que esta a punto de desecharse. Entonces en sombrío despacho kafkano, el universo se prende de la tristeza y al tecleo de la Remington no cesa, el investigador ha logrado describir paisajes de mil formas, allí la ventaja de ser escritor, tal cual dios inventa su universo, pero el cual no existe sin la realidad perecedera.

Entonces, una copa de whisky logra consolarle, no hay más que secarse las lágrimas con las ilustraciones, con los papeles revueltos, las persianas se paralizan porque viene un momento de entalpía.

El escritor ha muerto en medio de sus papeles alborotados, y su Remington la última sonata de la triste despedida....

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