El sosiego que me dan las manos que palmean alegrías...

Llegó la hora de que aborde el tren que lleva hacia ninguna parte, allí van los nudos en la garganta, lo que quedó aislado, lo que nunca se pudo concretar, allí van las ilusiones que son hologramas de memoria. Me despido al unísono de la marcha de la humanidad, escucha como las zapatillas forman una monumental filarmonía de percusiones, las almas no flotan, zapatean y quieren desquebrajar los tímpanos. Allí van las personas sin rostro tocándome al hombro, cuestionándome hacia donde voy, billete obsequiado por el miedo del rechazo, en una lucha contra la emoción que hace posible el respirar de la existencia. Ya no importó el adios tan corto, ya no miré hacia atrás, seguí mi paso por los andenes hacia el tren sin destino, cuando ni siquiera se cual es esta estación del delirio, nadie corrió hacia mí para cogerme del brazo y pedirme que me quedara aunque sea una tarde más para contemplarnos los rostros hasta enloquecer de caricias, ya no fue un adios con lágrimas, con pañuelos blancos, no miré hacia atrás ni me arrastré para pedir un beso, fue un adios que rescató lo que de los dos quedaba: un trozo de dignidad.

Las personas no tienen rostro, no hay ojos, ni bocas, simple silueta de nariz y aún así siento las miradas, hay un tipo que canta con una cuerda sin guitarras, aún asi escucho la melancolía en el arpegio, una tonada que provoca un nudo en la garganta, trato de no mirar atrás, el adios duele, pero no hay que mirar atrás. Me aposento en el número 07 no tengo acompañante a mi lado en este acolchonado sillón; inicia la marcha, la estación es un entramado de madera monumental, tapo mis ojos con el cuello de la camisa para no mirar atrás hasta que estemos un poco lejos, veo mi reflejo en la ventanilla, no tengo rostro, sólo la silueta de mi cara como todos los demás. Poco importa que ahora no tenga rostro, ya que el que tuve no fue tan bello como para ser admirado, aún así agradezco que no tendré que soportar el reflejo de mi nariz; veo bosques repletos de malvas moradas, y el pasto es de un verde fosforescente; nos acercamos a un pequeño poblado con casas de madera, hay una feria con luces de neón en la rueda de la fortuna, veo niños trepados en un carrusel en reversa, si se pudiera describir el aroma de la melancolía ese mismo sería en este atardecer que he tomado el tren que no se a donde camina.
He dormido no se cuanto tiempo, no tengo reloj ni valija, el hombre de la guitarra se ha sentado en uno de los asientos contiguos y ahora su melodía es un fatídico ronquido, parece que amanece, bloques de hielo son montañas, aún así el sol parece que comienza su trabajo diario, pero no puede derretir esas montañas de cristal, no hay poblados, todo se viste de un blanco perla, y veo el humo que el tren va dejando a su paso sin manchar tan hermoso paisaje.
Aún así no hay frío, intento descansar cuando nos dicen que hemos llegado a nuestro destino, la gente sin rostro va desalojando el vagón, espero a que salga el último, me dicen que si quiero seguir en el camino y afirmo, los paisajes van cambiando de colores, de un raro fulgor hasta un desierto con cactus, poblados en ruina y grandes ciudades. Ya no podemos seguir más el trayecto se me desaloja tal cual bulto, la ciudad es de grandes edificios con calles desiertas.
El miedo se apodera de mi existencia, encontré una casa donde cobijarme, ahora si hay frío, me dormí por un momento y cuando desperté estaba la ilusión del nuevo amor abrazándome para cobijarme, es tan cálida que no deseo soltarla, pero es sólo eso una ilusión, un holograma que mi mente provoca para no sentir los pesares de la vida. Soy un aficionado de la vida y fiel aprendíz de la muerte.
No se cuanto tiempo más dormí, pero ahora puedo verla, tiene rostro y una sonrisa que me hace sonreir, veo mi reflejo en sus ojos color marrón, puedo ver mi nariz, mis ojos, puedo sentir su cabello castaño, es suave su piel apiñonada, me abraza, sólo sonrie, el sofá que nos carga esta cubierto por sábanas de seda, ella sobre mí, no hay palabras, sólo sonrisas, caricias y besos, siento sus dientes morder mis labios, sus manos recorrer mi rostro como si contaran una historia, esas manos que palmean alegrías. Si hubiera una descripción del aroma del sosiego, este mismo sería.

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