Por la mañana llamé tres veces a su celular y no contestó; quizá la discusión de ayer fue demasiado estrepitosa, para mí fue una tontería, eso de ponerse a llorar porque llegué tarde a nuestra cita se me hace de lo más estúpido que arruinó la media hora de plática sobre lo inverosímil que puede llegar a ser nuestra relación; aunque en ese momentó su inteligencia no dejó de asombrarme, me recomendó algunos libros, por desgracia no apunté en lo más mínimo, mi mente se cerró completamente hasta nuestra despedida soméra con un beso a media boca.
En seguida, caminé por las calles del centro histórico de la ciudad, en la calle de Bolivar me senté en el café que habitualmente leo o escribo, pedí un café americano, escribí dos poemas que quedaron inconclusos, pensé que habían trasncurrido unos instantes cuando miré el reloj estuve más de dos horas buscando los argumentos perfectos para rematar mi cometido, como no encontré inspiración decidí dejar la cuenta y perderme por las calles congestionadas.
Cuando caminaba por avenida Juárez el cielo se confundía con smog, empero amenazaba una lluvia y el aire obligaba a los transeúntes a encorvarse para cubrirse del polvo, llegué hasta la Plaza de la República, había un tipo vendiendo chicles y le compré un cigarro que se consumió en breves instantes. Sentado en una banca frente al Frontón México traté de terminar los poemas, entonces el ambiente húmedo me lo impidió, me resguardé bajo la cúpula del Monumento a la Revolución, sentado sobre el suelo y sin ánimos de escribir, puesto que la gente se fue resguardando más y más a mi alrededor, me dio vergüenza. Pensé que las personas me miraban escribiendo, juzgando mi apariencia de escritor captando historias de mis coetáneos.
La lluvia no cesó, entonces entre ese vaivén de gente con las valencianas empapadas, sombrillas escurriendo pensé nuevamente en el contexto de la cita ayer con Inés. Simplemente no había argumentos, la mujer estaba cada vez más intensa y reclamaba constantemente que me importaba más escribir para publicar que para ella, cosa polémica puesto que los dos nos conocimos en el Taller de Creación Literaria de Juan Ibañez en la colonia Roma, donde compartimos y debatimos sobre nuestros escritos. Lo que siempre me impresionó de ella fue su pasión por Baudelaire e incluso el curso que tomó en Montpellier de literatura francesa, cuando para mí los máximos habían radicado en Juan Rulfo y sus contemporáneos. No entiendo los reclamos de una mujer de la pequeña burguesía de la Ciudad de México que había adquirido los valores europeos de libertad, ni siquiera se como fui a enamorarme de ella, en esa exposición en el Taller de Ibañez cuando me tocó defender el Bestiario de Juan José Arreola su mirada era extremadamente centrada en mi boca, era como entender que esos ojos verdes podían incluso clavarse como estacas en mi rostro, cuando terminé de hablar pensé que me iba atacar como en tantas clases y hasta me felicitó, después de las fanfarrias decidimos ir a comer y echar una fría en el Salón Corona, hasta entonces yo seguía prendido de sus ojos verdes y su pelo rubio.
Escribir para publicar y después publicar para escribir, yo quería convertirme en un poeta entero, sobre todo cuando me dí cuenta que la filosofía era parte de la poesía, hasta recurría Rubén Bonifáz Nuño para que me diera algunas pistas. Aparte del infortunio sentimental pensaba en como la industria editorial le hace para valorar tantos escritos e incluso para publicar algunas mierdas.
¿Cómo le ha hecho Juan Ibañez para convertirse en un escritor tan famoso y arrebatarme la mitad de mi beca de la universidad en un curso donde Inés y yo hablabamos más que él? Mis amigos que eran un poco literatos se mojaban con sus novelas, la última hablaba del tema de moda pues según esto había hasta peligrado su vida por tratar el tema del narcotráfico tan a fondo, yo lo que pude rescatar de esto es la forma en la cual los narcos se hacen tan famosos, la verdad es que yo con ese ronombre hubiera abordado la temática más profunda, en la cual el narcotráfico es una forma de vida y de aspiración en varias regiones del norte del país.
Cesó la lluvia, entonces caminé hacia Insurgentes y sobre esta avenidad dirigiéndome a la Zona Rosa ví una libería llamada Buñuel, completamente vacía con música de jazz al fondo, pregunté que si vendían el disco, al final no era Jazz sino una mezcla con Bossa Nova extraña pero muy linda, la cantante se llama Rosa Passos, total, que pedí me envolvieran el disco para regalo puesto que la versión de "Besame Mucho" podría gustarle a Inés demasiado, era muy raro entenderlo, pensé que el señor del mostrador sería el mismo Buñuel que me atendía puesto que sus ojeras era idénticas a la del cineasta español. En literatura no había mucho, era una librería más bien especializada en educación.
Por desgracia en el Péndulo me encontré a Ibañez y no se si me repudiaba o daba envida ver como las personas le pedían firmar su libro, disimulé no verlo, me concentré en la lectura de Sergio González Rodríguez "Piedra de Sol" para mí este aborda más la situación ritual del México contemporáneo a través de las organizaciones que en el siglo XX dieron carácter intelectual y hasta delictivo. Ibáñez se acercó y con su soberbia y su mirada a través de sus lentes de finísima marca se dirigió a mi como un viejo amigo y me comentó que estaba en el Péndulo para dar una plática, me invitó a quedarme, pero busqué pretextos para salir corriendo puesto que ya no lo soportaba más.
Caminé hacia la colonia Condesa, pensé que podría hablar con mi amiga Jimena de lo sucedido con Inés, pero en eso que se piensa algo y a la mera hora ya no se hace llegué al Parque México y me senté a terminar los dichosos poemas. Yo sólo quería ver a Inés y trataba de responderme si la relación debía seguir o terminar. Seguí mi sendero sin rumbo y volví a encender un cigarrillo comprado suelto y con el olor a humedad a cuestas, seguí por la calle de Amsterdam.
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