¿Escribir para publicar ó publicar para escribir más?

David Torres Yáñez. México Enero 2011.

Por la mañana llamé tres veces a su celular y no contestó; quizá la discusión de ayer fue demasiado estrepitosa, para mí fue una tontería, eso de ponerse a llorar porque llegué tarde a nuestra cita se me hace de lo más estúpido que arruinó la media hora de plática sobre lo inverosímil que puede llegar a ser nuestra relación; aunque en ese momentó su inteligencia no dejó de asombrarme, me recomendó algunos libros, por desgracia no apunté en lo más mínimo, mi mente se cerró completamente hasta nuestra despedida soméra con un beso a media boca.

En seguida, caminé por las calles del centro histórico de la ciudad, en la calle de Bolivar me senté en el café que habitualmente leo o escribo, pedí un café americano, escribí dos poemas que quedaron inconclusos, pensé que habían trasncurrido unos instantes cuando miré el reloj estuve más de dos horas buscando los argumentos perfectos para rematar mi cometido, como no encontré inspiración decidí dejar la cuenta y perderme por las calles congestionadas.

Cuando caminaba por avenida Juárez el cielo se confundía con smog, empero amenazaba una lluvia y el aire obligaba a los transeúntes a encorvarse para cubrirse del polvo, llegué hasta la Plaza de la República, había un tipo vendiendo chicles y le compré un cigarro que se consumió en breves instantes. Sentado en una banca frente al Frontón México traté de terminar los poemas, entonces el ambiente húmedo me lo impidió, me resguardé bajo la cúpula del Monumento a la Revolución, sentado sobre el suelo y sin ánimos de escribir, puesto que la gente se fue resguardando más y más a mi alrededor, me dio vergüenza. Pensé que las personas me miraban escribiendo, juzgando mi apariencia de escritor captando historias de mis coetáneos.

La lluvia no cesó, entonces entre ese vaivén de gente con las valencianas empapadas, sombrillas escurriendo pensé nuevamente en el contexto de la cita ayer con Inés. Simplemente no había argumentos, la mujer estaba cada vez más intensa y reclamaba constantemente que me importaba más escribir para publicar que para ella, cosa polémica puesto que los dos nos conocimos en el Taller de Creación Literaria de Juan Ibañez en la colonia Roma, donde compartimos y debatimos sobre nuestros escritos. Lo que siempre me impresionó de ella fue su pasión por Baudelaire e incluso el curso que tomó en Montpellier de literatura francesa, cuando para mí los máximos habían radicado en Juan Rulfo y sus contemporáneos. No entiendo los reclamos de una mujer de la pequeña burguesía de la Ciudad de México que había adquirido los valores europeos de libertad, ni siquiera se como fui a enamorarme de ella, en esa exposición en el Taller de Ibañez cuando me tocó defender el Bestiario de Juan José Arreola su mirada era extremadamente centrada en mi boca, era como entender que esos ojos verdes podían incluso clavarse como estacas en mi rostro, cuando terminé de hablar pensé que me iba atacar como en tantas clases y hasta me felicitó, después de las fanfarrias decidimos ir a comer y echar una fría en el Salón Corona, hasta entonces yo seguía prendido de sus ojos verdes y su pelo rubio.

Escribir para publicar y después publicar para escribir, yo quería convertirme en un poeta entero, sobre todo cuando me dí cuenta que la filosofía era parte de la poesía, hasta recurría Rubén Bonifáz Nuño para que me diera algunas pistas. Aparte del infortunio sentimental pensaba en como la industria editorial le hace para valorar tantos escritos e incluso para publicar algunas mierdas.

¿Cómo le ha hecho Juan Ibañez para convertirse en un escritor tan famoso y arrebatarme la mitad de mi beca de la universidad en un curso donde Inés y yo hablabamos más que él? Mis amigos que eran un poco literatos se mojaban con sus novelas, la última hablaba del tema de moda pues según esto había hasta peligrado su vida por tratar el tema del narcotráfico tan a fondo, yo lo que pude rescatar de esto es la forma en la cual los narcos se hacen tan famosos, la verdad es que yo con ese ronombre hubiera abordado la temática más profunda, en la cual el narcotráfico es una forma de vida y de aspiración en varias regiones del norte del país.

Cesó la lluvia, entonces caminé hacia Insurgentes y sobre esta avenidad dirigiéndome a la Zona Rosa ví una libería llamada Buñuel, completamente vacía con música de jazz al fondo, pregunté que si vendían el disco, al final no era Jazz sino una mezcla con Bossa Nova extraña pero muy linda, la cantante se llama Rosa Passos, total, que pedí me envolvieran el disco para regalo puesto que la versión de "Besame Mucho" podría gustarle a Inés demasiado, era muy raro entenderlo, pensé que el señor del mostrador sería el mismo Buñuel que me atendía puesto que sus ojeras era idénticas a la del cineasta español. En literatura no había mucho, era una librería más bien especializada en educación.

Al salir de "Buñuel" enfilé mi camino sobre Insurgentes y decidí ir a la Libería el Péndulo para ver algunas novedades. Lo que no entendía era el barrio de la clase media de hace tres décadas, donde se juntaron varios colectivos de intelectuales entre ellos el de José Luis Cuevas, ahora sólo sea un centro de bares. Empero, quedaba el Péndulo incluso para poder tomarme un café y a ver si podría concentrarme para terminar los dos poemas inconclusos, el primero cuestionaba el proceder del amor, el segundo me nació porque ví a unos niños de la calle vomitando bilis puesto que habían comido desperdicios de la basura, pero en el Péndulo no me concentré.

Por desgracia en el Péndulo me encontré a Ibañez y no se si me repudiaba o daba envida ver como las personas le pedían firmar su libro, disimulé no verlo, me concentré en la lectura de Sergio González Rodríguez "Piedra de Sol" para mí este aborda más la situación ritual del México contemporáneo a través de las organizaciones que en el siglo XX dieron carácter intelectual y hasta delictivo. Ibáñez se acercó y con su soberbia y su mirada a través de sus lentes de finísima marca se dirigió a mi como un viejo amigo y me comentó que estaba en el Péndulo para dar una plática, me invitó a quedarme, pero busqué pretextos para salir corriendo puesto que ya no lo soportaba más.

Caminé hacia la colonia Condesa, pensé que podría hablar con mi amiga Jimena de lo sucedido con Inés, pero en eso que se piensa algo y a la mera hora ya no se hace llegué al Parque México y me senté a terminar los dichosos poemas. Yo sólo quería ver a Inés y trataba de responderme si la relación debía seguir o terminar. Seguí mi sendero sin rumbo y volví a encender un cigarrillo comprado suelto y con el olor a humedad a cuestas, seguí por la calle de Amsterdam.

La noche se acercaba, ví como poco a poco se iban llenando los pequeños bares, seguí pensando en Inés y el hecho de no contestar mis llamadas.

Entonces, apareció el fantasma del día, Ibañez en su coche a media banqueta esperando que le abriesen el zaguán de su lujoso edificio de departamentos, gritoneaba que no traía el control del portón automático diciendo que le bajásen abrir. Emprendí la huída a la acera de enfrente, entonces el morbo me invadió como cuando no quieres conocer algo de alguién, pero finalmente te quedas esperando lo que va a suceder. El portón se abrió, como cuando se abren las puertas del infierno, pensé, pero incluso esa metáfora dejó de serlo cuando la que abrió el portón fue la misma Inés.

No podía creerlo, era famoso, le pagaba el curso, tenía coche y departamento de lujo y encima se quedó con mi novia. Yo creo que en ese momento e influenciado por los cuentos de Conan Doyle, llamé al celular de Inés por cuarta ocasión en el día, su voz parecía temblar un poco, hice caso omiso de las llamadas anteriores y propuse un encuentro a la brevedad, las excusas fueron desde una enfermedad, hasta extenuante trabajo de la universidad, sólo me despedí con una frase: Que Ibañez te aproveche.

Regresé caminando con una rabia descomunal hasta el centro, vivo en un pequeño apartamento en la calle Independencia con otros dos amigos más que son estudiantes. Llegué, me encerré y no discutí con nadie, no merendé, Humberto y Miguel estaban tomando unas cervezas escuchando a Def Leppard, en la sala. De repente tocaban en mi cuarto y preguntaban si quería merendar: ¿Estás bien Yáñitoz?-- Si, estoy escribiendo, mañana nos vemos-- Contesté yo.

Por ahora, le doy fin a los dos poemas y respondo la interrogante del día ¿Escribir para públicar o publicar para escribir más? Ni la una, ni la otra. Se publica para bajarle las novias al idiota que todavía no puede publicar...

Me propongo a escuchar en mi ordenador la versión Bossa Nova de "Bésame Mucho"...

Comentarios