El origen...

En este lugar no se lee el realismo mágico, se vive. La imagen de mi abuela fue la misma desde que yo recuerdo, gesto de seriedad, pómulos remarcados, el color de su piel, color de la tierra, tan serena al andar, tan simpática al hacer un cariño; tan tosca al ejercer un abrazo. Que daría porque fuera el crepúsculo de Ecatzingo y sentir el penetrante aroma de carbón con las hojas del té de menta que preparaba mi abuela, justo antes de descansar, tal cual ritual inglés, en el jarro de barro podía saborear ese sabor a campo y ese calor maternal de Doña Inés. Así se fraguaron los días, la infancia en la cual la mayor aventura era observar los riachuelos de los empedrados. Cuando amanecía podía salir a caminar por la plazuela y conversar el imponente Popocatépetl con sus fumarolas matutinas. Mágico pueblo donde no importa si tienes la mejor ropa, el mejor calzado, pues lo importante era tenerlo.

Había reprimido tantos recuerdos bellos y sólo había conjurado los más tristes. Pero hace falta mi pueblo, cuando en aquel momento un gramo de tristeza sólo hacía presente era relajante sólo correr y correr entre los encinos, los cedros, patear la paja en el bosque, esconderse de los perros violentos y regresar a la casa de adobe sin ganas de llorar, pues en las montañas eran las que escuchaban mi rabia al mundo. 

Meditar en la milpa y platicar con avispas, recorrer barrancas, emprender la aventura hacia el río, tirarse en la tierra sólo para imaginar figuras en las nubes y disfrutar de la lectura de "Pedro Páramo" en un momento de silencio. 

Pues, la consistencia de lo anterior, la extrañeza de lo otro y sin tener un espacio preciso donde reafirmar mi postura al mundo... creo que sigo sin encontrar los enigmas del origen, pues perdido entre el campo y la ciudad hoy día no se que más anhelo... quizá éste sea uno de los posibles orígenes de la incongruencia de mi vida... de la incongruencia de mis decisiones.

Ojalá pueda volver... esa imaginación y esa sonrisa de niño...

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