LA CONDENA DE PENÉLOPE...


Durante los últimos seis meses he escuchado historias de amor, de encuentros y desencuentros. He sido yo protagonista de algunas de ellas. Sin embargo, aquí la condena de Penélope:  Recordemos que en "La Odisea" Odiseo (o Ulises)  tarda años en volver a Esparta de la Guerra de Troya, debido a que es conquistado por Afrodita en Káiros (Véase la obra de Homero o "Las Bodas de Cadmo y Harmonía" de Roberto Calasso).

Penélope es pretendida por todos para apoderarse de la comarca, siendo ella con la capacidd de gobernar, accede a los regalos y demás cortesías de sus pretendientes diciéndoles que en cuanto termine un tejido ella accederá a casarse con alguno. Penélope a diario teje y en la noche desteje hasta que por fin Odiseo vuelve. 

La condena de Penélope no es hacia sí misma, ni hacia la espera o a lo que los dioses otorgaron a los hombres cuandos se abrió la caja de Pandora: la esperanza. Bajo la épica resulta interesante observar que la paciencia es siempre el arma más efectiva para enfrentar lo que devenga. 

La mujer representa ese sentido de fidelidad, bajo la perspectiva homérica. Sin embargo, la condena es  relegar a la mujer a la espera insenzata, a la espera del principe azul tan demeritada por la cinematografía del siglo XX (en específico Disney). En ese espectro, el hombre que está aislado y cosicado por Afrodita, no es el que lleva la condición de condena. Es por ello que en la Tragedia Griega (que rompe con la épíca), ubica ese espectro desterrado -como en el caso de Medea- y la ubica como consecuencia de un desorden mental contrario al de Penélope. 

¿A dónde quiero ir con estos elementos de la mitología y tragedia? A dos elementos importantes en nuestra actualidad: Nietzsche en "El Origen de la Tragedia" ya vislumbraba esa doble cara del ser humano: Apolo y Dionisios. La inestabilidad por un lado y la prudencia por el otro. Como en algún momento me lo explicaba un terapeuta, esa doble conciencia del amor (o puedes ser Zeus o puedes ser Poseidón). En ese sentido, vivimos en una etapa del mundo en la cual los desordenes son característicos de la vida.

Se aspira a la inmediatez de cualquier cosa, tal parece que la confusión Apolo y Dionisios ya no basta para explicar los fenómenos. La condena de Penélope es esa, a diario tenemos que construir y deconstruir un tejido para comprender como es cada una de nuestras acciones. En cierto sentido, incluso la gente ya no teje más que relaciones de codependencia que sirven de factores aleatorios de una confusión magistral: esa del existir por existir. 

La belleza y la tenencia, dos herramientas poderosas que dan como resultado la movilidad del mundo  (no digo que sea bueno o malo, así es y punto), dan cierta preocupación del devenir. El hecho de buscar la perfección heredada por los griegos da como resultado esa ambivalencia de hoy en día; ¿Hasta dónde estamos preparados para ser una Penélope o resistirnos al afrodisiaco más perfecto en el que cayó Odiseo?.

El insulso esquema de la correspondencia y la querencia, la búsqueda de reflejo en el "otro", la estulticia de comprendernos dioses, hace que este mundo tal cual se representa bajo sus esquemas e imágenes sea un disturbio constante.

La condena de Penélope: Teje a diario y desteje tus pensamientos, tus dudas, los elementos que te hacen ser inseguro; el alma no es más que un concepto para poder ayudarnos a nosotros mismos y dar cuenta de nuestra existencia: purifícala con la prudencia. La calma parece que no existe, por lo tanto, vendrán tiempos mejores. Nunca esperes a algo o alguien, toma tus propias decisiones, porque todo empieza por uno mismo. 

Atrévete a entender el enigma de la realidad y comprenderás mejor el mundo, lo imaginario y simbólico que sean los motores, pero nunca eleves a niveles inesperados que sean ficticios. Amar no significa esperar al otro, sino se trata de esperarse así mismo y de lidiar consigo mismo. 

La metáfora perfecta de la vida: un horizonte infinito de posibilidades... emerge como un razonamiento hasta que el día que menos esperes estarán esos ojos reflejando ese nuevo horizonte. 

Aquí no hay princesas ni príncipes, sólo la tragedia muda de la existencia... pero a la vez la dulzura de una candidéz que emerge siempre del lugar más inesperado: dentro de uno mismo.  

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